La Tertulia Musi♫lite. La Música ♫ 19
Queridos contertulios, PRO-MÚSICA ÁGUILAS nos
ofrece otro gran disfrute existencial en este segundo concierto de la presente
temporada, como siempre, en el Auditorio nos vemos.
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PRO
MÚSICA ÁGUILAS
AUDITORIO
Y PALACIO DE CONGRESOS INFANTA DOÑA ELENA
GRAN
CONCIERTO TEMPORADA 2017/2018 2º DE ABONO VIERNES 10 DE NOVIEMBRE A LAS
21 HORAS
ENTRADAS
Y ABONOS TEMPORADA DISPONIBLES EN PRO MÚSICA ÁGUILAS C /. Castelar, nº. 2 - 2nd
Tel: 626 476 389 and VICTORIA TRAVEL - Calle Isabel la Católica nº 1 - Telf:
968 414752
Abono
temporada. 90 Euros. Entradas
colaboración concierto: 15 Euros
Menores
de 18 años 50% menos.
AYA SAKAMOTO
Nacida
en Japón, Aya Sakamoto comenzó a tocar el piano a la edad de 6 años en la
Yamaha Music School. Ella fue enseñada por Junko Watanabe, Seiko Otomo,
Ayako Kimura y Sumiko Mikimoto. Después de obtener su licenciatura de la
Universidad de Bellas Artes de Tokio (Tokyo Geidai) donde estudió con el Prof.
Susumu Aoyagi, luego se mudó a Berlín para estudiar en la Universidad de Bellas
Artes de Berlín (Berlín) con el Prof. Pascal Devoyon y Rikako Murata. Ha
estado becada por la "Fundación Cultural Meiji Yasuda" (2011-2013),
el Programa de Estudios Japoneses en el extranjero para Arte 2014 y Gisela
Erich y Andreas Stiftung 2016.
Ella
aparece regularmente en conciertos y recibió premios en muchos concursos
internacionales, que incluyen: 5º premio y premio especial a la mejor
interpretación de la música contemporánea en el "Concurso Internacional de
Piano Iturbi de Valencia" en España2017, Primer Premio en el
"1. Concurso Internacional de Piano Amigdala "en Catania(Italia)2017, Ganador
del "6º Concurso Internacional de Música de Sendai" en Japón2016, 2º
premio en el "Certamen Internacional de Piano Clamo" en Murcia
(España), 3er premio en el "Concurso Internacional de Coop Music
Antonio-Bertolini Competition"enMilano2015, Segundo Premio (sin 1er
premio otorgado) en el "19 ° Concurso ArturSchnabel" en Alemania 2012, 1er
premio en la categoría "All Japan National Student Music Competition"
categoría "Junior high school" y "high school" 2003 y 2005.
También
recibió el "Matsukata hall Music Award" en 2017, el "Premio
Doseikai" de la Universidad de Bellas Artes de Tokio, como la estudiante
sobresaliente de su año en 2011 y el premio "Yuzuriha" por su
dedicación y maestría musical activa del Hyogo Administración prefectural en
2007.
Ella
ya tiene una carrera muy activa como solista y como músico de cámara. Sus
últimos conciertos tuvieron lugar en: Berlín, Tokio, Kobe y su ciudad natal
Akashi. También ha aparecido en el escenario con muchas orquestas en
Japón, incluida la Orquesta Filarmónica de Geidai y la Orquesta Filarmónica de
Sendai. En marzo de 2012 tuvo el honor de tocar Debussy Violin Sonata en
Sol menor para la emperatriz japonesa en el Palacio Imperial de Tokio.
Ella
asistió a muchas clases magistrales y festivales, y trabajó con muchos músicos
de renombre, entre ellos; Hiroko Nakamura, Michel Beróff, Sergio
Perticaroli, Willem Brons, Klaus Hellwig, Anna Marikova y Arnulf von Arnim.
NOTAS
AL PROGRAMA
“Sólo al suicida o al
condenado a muerte le es dado saber cuándo será la última vez que
podrá contemplar «esa dulce costumbre de la noche»; la Luna.”
Jorge Luis Borges
Cuando la tragedia se
convierte en nexo entre algunos compositores, lo habitual debiera ser que
pensáramos como si esta circunstancia fuera la condición sine qua non para la
creación artística. No debemos caer en fáciles catastrofismos y justo es decir
que no siempre tiene por qué ser así. Ejemplos existen como en la cómoda vida
de Haydn o la aparentemente benévola existencia familiar de Bach, pero por otra
parte, no es menos verdad que en las biografías de numerosos artistas han ido
maridados, con cuantiosa frecuencia, desgracia y genio.
Sin embargo, cabría hacerse
una pregunta; ¿Cuál es consecuencia de cuál? ¿Tragedia atrae genialidad o la
genialidad es consustancial a una vida trágica? La respuesta no debe ser fácil
pero en muchas ocasiones el aficionado hace la asociación fácil e incluso ésta
nos produce cierto grado de atracción – el poso del Romanticismo pervive en
nosotros todavía. En parte, creo que la imaginación biográfica de muchos de
nuestros más conocidos compositores ha alimentado el mito y, al igual que
ocurre con el canon del repertorio, se ha quedado grabado a fuego en nuestros
idearios sobre la vida de artista.
Por no apartarme yo de la
idea general por aquello de que el público siempre tiene razón y además
remitiéndome a las pruebas, los dos autores que hoy nos ocupan bien se acomodan
a este ilusionario. En efecto, ambos quedaron y quedarán unidos por un halo de
desgracia en vida que irremisiblemente les acompaña también en muerte.
Cuando en 1823 Schubert
compone la música incidental para la obra “Rosamunda, princesa de Chipre”, el
compositor vivía uno de sus años más fructíferos. Recién terminados sus últimos
trabajos, el ciclo de canciones “La bella molinera” y su “Sonata para piano,
op. 143”, también fue el estreno de la última sinfonía del “Gran hombre” –
Beethoven – situación que, una vez más, suponía augurar nada bueno. La obra fue
escrita por Wilhelmina Christiane von Chécy en 1823 y estrenada (sólo se
ofreció dos noches) en el Theater an der Wien el 20 de diciembre del mismo año,
en una función a beneficio de la joven actriz Emilie Neumann. Tras este breve y
agónico estreno el manuscrito de la pieza literaria se perdió y la partitura
permaneció extraviada hasta que por fortuna, en 1867, Sir George Grave y Sir
Arthur Sullivan, la encontraron en una vieja casa vienesa desenterrándola en la
caza del tesoro de los manuscritos de Schubert entablada durante muchos años
después de su muerte. Si se considera lo poco que se valoraba la música de
Schubert durante su breve vida, y el estado de sus manuscritos en el momento de
producirse su muerte, hay que agradecer, en realidad, que se haya salvado tanta
de esta encantadora música.
También en Viena, pero
años antes, encontramos a nuestro otro personaje, Mozart, con el que
desgraciadamente compartió si no tiempo, sí desdichas. Los conciertos para
piano de Mozart son una útil referencia para conocer el grado de popularidad
que el compositor tuvo ante la sociedad vienesa, en tantas ocasiones condición
y condicionante de su obra, aunque también esbozo de la profunda insatisfacción
del compositor para con su papel en una sociedad donde el arte solo era una
seña de servilismo más.
“El primer concierto ha
ido muy bien. La sala está a rebosar, y el nuevo concierto que he interpretado
ha gustado muchísimo. Por doquier se oye elogiar esta academia. Mañana iba a celebrarse
mi primer concierto en el teatro, pero el príncipe Louis Lichtenstein organiza
veladas musicales en su casa, y esto no solo me hurta a la flor y la nata de la
nobleza, sino que me quita también los mejores elementos de la orquesta. Por
eso he aplazado mi concierto a primeros de abril, con el debido aviso
estampado…”. La carta es del propio Mozart
y está destinada a su padre. Se cita con frecuencia cuando se escribe sobre el
Concierto núm. 23, al que hace referencia, demostrando la notable audiencia
que, por entonces, tenían sus actuaciones. He aquí, por tanto, una primera
razón que justifica la escritura de la obra.
Puestos a encontrar
relaciones, puede entenderse que el nº 23 sea complementario del nº 22, pero
esto es solo cierto por la fecha de creación y la numeración correlativa, pues
si el 22 suma complejidades al piano y maneja una orquestación más contundente,
el nuestro de hoy es delicado, lírico, con una orquesta casi transparente y un
límpido y expresivo piano. Particularmente creo inevitable fijarse en el
segundo movimiento Adagio. El detalle – no haber compuesto un Andante como
movimiento central - dice mucho sobre el carácter del movimiento y el
concierto completo. Es la “transparencia de una vidriera coloreada” dijo
Einstein (Alfred que no Albert) o “De todos los conciertos para piano es
probablemente el más perfecto, si no el más bello”, escribiría Messiaen,
donde más allá de la eficacia de los temas, a la inspiración melódica, a la
transparente orquestación y a la estricta calidad formal se impone la
profundidad de sentimiento volcada por Mozart en este movimiento. Todo bien
hasta aquí. Luego, en el verano de 1786, ante la escasez económica Mozart se
enfrentaría a la realidad del olvido, hasta el punto de que solo el barón
Gottfried van Swieten llegó a figurar entre los suscriptores de sus enseñanzas
y, en consecuencia, solo dedicado a esporádicas actuaciones como
concertista en conciertos ajenos o en recitales privados.
El porqué del camino que
llega a recorrer el subtítulo de una obra no deja de ser, en la mayoría de las
ocasiones, un ejemplo digno de estudio.
El compositor austríaco
Carl Dietters von Diettersdorf compuso en 1785 su sinfonía “La caída de
Faetonte”, en cuyo primer movimiento el tema principal es el mismo que
Mozart utilizó como tema inicial del movimiento final de la que sería su última
sinfonía, la número 41, compuesta en 1788. Todo parece indicar que, algunos
años después de la muerte de Mozart, cuando su sinfonía fue ejecutada en
Londres bajo la batuta del violinista, compositor, director y empresario alemán
Johann Peter Salomon, éste, al notar la semejanza entre ambos temas, decidió
bautizarla, no sin cierta ironía, con el pseudónimo de “Júpiter”, nombre con el
que desde los primeros años del siglo XIX es conocida.
Lo cierto es que su
creación, al margen de las elucubraciones sobre su título, se inscribe dentro
de una dramática paradoja vital: en uno de los momentos más prodigiosos de su
actividad creadora, pero también en uno de los más difíciles de su vida.
Y enumero: a mediados de
1788 su desastrosa situación financiera había alcanzado la desesperación debido
a la implacable persecución de sus acreedores; a principios de mayo, Don
Giovanni se había topado con el rechazo de la audiencia debido a una música
cargada de sutilezas y complejidades psicológicas; en los primeros días de
junio se había visto obligado por las deudas a mudarse a los suburbios de
Viena; y a finales de ese mes su hija Theresia había fallecido con apenas medio
año de vida. Para colmo, el público vienés, que tanto lo había mimado en
otros tiempos, le dio la espalda.
No obstante, y pese a lo
dramático del episodio, - amén de invitarnos a pensar a priori en la
motivación pecuniaria - el hecho de no contar con noticias sobre las razones
que motivaron a Mozart a componer en sucesión y en tan breve tiempo sus tres
últimas sinfonías, ha llevado a pensar a más de un estudioso que las tres obras
guardan entre sí una misteriosa relación vinculada a las más íntimas
necesidades expresivas del autor. Así, y las trascribo con sus tonalidades por
la importancia que éstas aportan, la nº 39 en mi bemol mayor estaría
relacionada con la masonería y la esperanza en una vida mejor, mientras que el
carácter trágico de la nº 40 en sol menor reflejaría las tribulaciones de la
vida, en tanto que la luz que emana de la nº 41 representaría el triunfo del
espíritu sobre el mundo material. Pero permítanme que, más allá de intentar
rizar el rizo, lo cierto es que podríamos decir que la Sinfonía
nº 41 es el summum final de la sinfonía y la época clásicas. Síntesis del
contrapunto y la forma construidos en base a pequeños motivos. Culmen de
la introspección semántica de la Música y profecía de la llegada inminente y
necesaria del genio beethoveniano.
“Sólo al suicida o al condenado a muerte…”, citábamos al principio de estas notas. En este sentido
Mozart no podía imaginar, al poner la última nota de su Sinfonía nº 41 en
algún momento del 10 de agosto de 1788, que nunca la escucharía ejecutada y
que, además, sería la última sinfonía de su corta y azarosa vida.
Buen concierto.
José Luis Llorca Cáceres.-
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